domingo, 11 de julio de 2010

La K


K es una chica muy importante en mi vida. Yo nunca se lo he dicho, ni pienso decírselo. Al menos no de un tono serio, que pudiera confundir con formalidad, con la formalidad en que una vez intentamos tomar lo nuestro y fracasamos. Ella es de alguna manera, la sombra detrás de mi corazón. Nunca estuvo ni adentro ni en frente, prefirió quedarse en la oscuridad, quizás porque descubrió allí, un lugar para estar a salvo de mis sentimientos, que tienden a tornarse enfermizos.

Todo comenzó de muy niños, no teníamos más de diez años. Por extrañas relaciones familiares había muchas reuniones en las que coincidíamos.Tengo por seguro que ella iba por mí y yo por ella. Desde los brazos de mi mamá, hasta la cocina llena de tamales, sólo me concentraba en pasar el tiempo manteniéndome despierto. Esperaba el momento en que los adultos se emborrachasen tanto, que ya no podrían despegarse del asiento y actuaba. La llamaba, nos íbamos al cuarto de la abuela a ver TV, nos hacíamos los dormidos y en sútiles arrebatos de behemencia la besaba con toda la espera acumulada en mis labios, con un valor que en el día desaparecía le quitaba a los suyos, toda la inocencia que podían tener. Así pasabamos toda la noche, hasta quedarnos dormidos abrazaditos. Todos tomaban, así que nadie nos podía descubrir, el único enemigo era mi primo J que sospecho vivía enamorado de la K, pero para su mala suerte, ella era mía, es mía y seguirá siendo mía la próxima vez que el destino nos amiste.

Pasaron un par años, ¿Por qué carajo el tiempo siempre complica todo? Ya no eramos tan niños y cómo que nos evitabamos. Por ese entonces yo vivía perdídamente enamorado de M, pero la K seguía siendo un misterio para mi. No sabíamos nada de nosotros y a la vez nos entendíamos perfectamente en el arte de besar. Los encuentros ya no eran tan seguidos como antes, pero aún existían. Nos evitabamos pero persitíamos, era una extraña realidad que sólo hacía más intensos los momentos que pasabamos juntos. Fuimos descubiertos algunas veces, lo que nos obligó a cambiar de escondite, improvisabamos, pero casi siempre recaíamos en el taxi de su papá, en el cuarto de su hermana o en el segundo piso de la casa de la bisabuela.

No recuerdo cómo dimos por terminado ese ciclo, el hecho es que todo acabó. Aunque a mi mente seguían viniendo casi todas las noches, los recuerdos de nuestros precoces encuentros. Ella se enamoró, yo hice lo propio por mi lado, pero las rectas que formaban nuestros destinos crecían paralelamente, en secreto. Ya me había resignado a nunca más envolver su cintura con mis manos, hasta que ese día llegó.

Fue hace exactamente dos años, por alguna extraña razón acabé tomando en su casa con mis tíos. La noche se pintaba bonita para seguirla, así que fuí a recoger mi casaca al otro ambiente de la casa para irme y la encontré allí, tan misteriosa como siempre, sentada, como esperándome. Nos sentamos en un sillón, esos para dos personas en las que no entras echado, retando a tu cuerpo a tomar distintas posiciones para acomodarse. Eso pasó, la K aludía cansancio y para poder descansar en el mueble sin botarme, apoyó parte de su cabeza sobre mis piernas. Lindo gesto pensé y seguímos conversando. Entonces la besé, casi había olvidado esa boca en forma de melón, fue una sensación asombrosamente divertida. A lo que ella respondió ¿Por qué haces eso sólo cuando estás borracho?

Estuve pensando todo el mes en ese encuentro. Sus palabras habían despertado en mí las antiguas emociones. Pero el destino es caprichoso, falleció mi bisabuelo y el velorio recayó en mi casa. Me propuse ( descarada, vil y cruelemente) forzar nuevos encuentros entre nosotros en esos días. Como el velorio era en el primer piso, quedaba siempre libre mi salita en el tercero. Hasta allí la llevaba y protagonizamos los más apasionados encuentros de toda esta historia. Creo que nos terminamos enamorando, lo seguido de nuestras aventuras, junto con todo lo que teníamos dentro, habían conspirado en volvernos víctimas de ese sentimiento. No pudimos más, decidimos ser más pareja y menos amantes, aunque nunca llegamos a decirlo con esas palabras.

Todo el siguiente mes la K continuó viniendo a mi casa, aludiendo que le ayude con las tareas. Era un horario perfecto, entre las seis y las siete de la tarde, cuando se pone el sol. El matiz rojo de esas horas acompañaba mis esfuerzos por hacerla cada día, un poco más mía. Ya casi había olvidado la extraña relación familiar que teníamos cuando una tarde, mi tía nos descubrió. Ya se imaginaran las revoluciones demenciales y toda el agua bendita que nos tiraron encima. En el momento en que mi tía salió disparada diciendo que bajaramos le di un último beso, como prediciendo que nunca más haríamos eso, ella soltó una lágrima y se fue.

Hace poco hablé con la K por teléfono. Hablamos casi dos horas pero conversamos de nada. Espero que siga haciendo así, después de todo creo que ese vacío es lo que nos mantiene unidos, aunque ya no físicamente. No sé si algún día se olvide de todos los padre nuestro que le tiraron encima y se de cuenta que mi corazón necesita de su sombra. Sólo espero que llegue ese momento para decirle lo importante que fue en mi vida y besarla. Sólo besarla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario