viernes, 27 de agosto de 2010

Noshé

Soy una víctima de las circunstacias. Un pobre humano que ha tenido que ver reprimido su letargo al día y sus encantos a la noche. Culpa del gordo que hace mis días imposibles, del desayuno inexistente, de las tardes frías y oscuras, del cargo de conciencia de no hacer nada. En conclusion si son las dos, aún es temprano; sin son las tres, hay que apurarse; sólo si son las cuatro se puede dormir tranquilo uno.

A esta hora reinan los sonidos gruesos y fantasmales. Los ronquidos de las tres familias que viven en esta casa se juntan en uno sólo que es muy denso, que parece rasgar el aire. Las figuras, casi todas simples adornos, confabulan para formar ante mí duendes, diablos, marcianitos y demás espectros. Los sonidos le dan voces a las cosas que acaban de nacer. Me hacen retroceder, parece que se acercan. Busco el interruptor o mejor dicho aspiro a prenderlo con los puñetasos que le doy a la pared y menos mal se prende. Eran los juguetes del bebe (ni dormido puedes dejar de joderme). Parece que me escuchó y el gordo comienza a llorar, mamá sale a prepararle su leche, tengo que refugiarme en mi cuarto antes que descubra mis hábitos nocturnos.

La calle vista desde la ventana luce vacía, sin vida. Como extraño la de mi antiguo barrio, siempre con aquel borrachín tirado en la esquina, falto de un amigo que le reciba el vaso y que tantas veces quize ser yo. Prendo un cigarro y el aire se torna espeso, me he olvidado de abrir la ventana, pero hace frío y además el humo en el ambiente me gusta. Por un momento pienso en que la vida es como ese cigarro, adictiva por desear que nunca se acabe, para al final caer como tabaco que ya ha cumplido su función en el mundo. Se me quita el sueño, así que voy a la cocina por un té.

Mientras el agua calienta, examino con detenimiento que cosas han cambiado, con respecto de la noche anterior. Un filósofo antiguo decía que la vida, se podía a sí misma llamar vida mientras tengas algo que hacer, algo que esperar y alguien a quien amar. Tengo algo que hacer, mi té. Espero que salga mi DNI para poder trabajar dos meses e irme a conocer el Perú. Tengo alguien a quien amar pero no quiero hacerlo, por su bien. Saco un sobre filtrante, lo coloco en la taza con dos de azúcar, vierto el agua allí y dejo que penetre la esencia del té por diez minutos.

Tengo seiscientos segundos que no sé en donde invertir. Eso es más que el tiempo que me tomaría enviarle por internet una rima a la J, para que durmiera tranquila, como lo venía haciendo meses atrás pero que en realidad era sólo por presumir. A su vez, es menos que el tiempo que llevaría darme cuenta de lo solo que me siento, desde que no envío esos mensajes, por lo que termino no haciéndolo. Unas gotas de ron para darle sabor al té y se convirte en el afrodisiáco perfecto para dormir.

Ya en la cama, el sueño me invade casi instantáneamente. Sin embargo, el gordo vuelve a llorar y me despierta. Lo odio por unos segundos, luego me pongo los audifonos y escucho una salsa que me evoca momentos de purito despecho. Me imagino en un estrado, interpretando el tema como si fuese mío, robando los derechos de autor con el único fin de humillar a los que creo (injustamente) que me hicieron daño. Siento verguenza de mis pensamientos por lo que cambio de canción a una que me recuerda a mi hermano. Pienso en como se debe sentir cuando se despierta y no ve a sus padres ni a mí cuidándolo, haciendolo sentirse seguro. Comprendo el porqué de sus gritos despeserados y me maldigo por odiarlo.Me duermo para soñar con que apenas despierte, dirá "mano" por primera vez. Creo despertar temprano, pero en realidad son las doce, ni me cambio y voy a saludarlo, a él y a mi mamá.

No dice mano pero dice "noo...no she...noshé". Lo que a mi parecer, puede que por lo nebuloso de mi despertar, es igual a decir "noche". Entiendo el mensaje y me voy a dormir feliz una horita más. A los diez minutos me despierta jalándome los pelos y yo le vuelvo a tener la misma cólera de siempre, que desaparece cuando alza sus brazitos, por querer venir conmigo.

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