miércoles, 4 de agosto de 2010

La cato I

Como algunos de ustedes sabrán, dejaré la universidad. No definitivamente, pero si por unos meses. El motivo es que tanto hueveo me pasó factura y estuve a un paso de que me boten (todavía no estoy seguro de que no lo harán, pero confío en que no). Así que me vi forzado a tomarme estas vacaciones, que no serán tampoco tan relajadas, porque para poder convivir con mi conciencia, me veré obligado a conseguirme una chamba de por lo menos ocho horas y estudiar un ingles intensivo.

Los que no me conocen dirán que soy un relajado, un vago de mierda, un altruista, y si bien en parte tienen razón, sus conclusiones no son del todo ciertas. He aprendido a no tomarme las cosas demasiado a pecho, porque a larga lamentarse no te lleva a nada, mucho menos a tomar decisiones al respecto. Lo que funciona conmigo es poner un punto raudo, veloz y pensar en el siguiente paso, algo parecido a la forma de ver las cosas de un visionario, cosa que no soy. Tonto tampoco soy, pues en secundaria llegué a ser olímpico en matemática. Esos chicos que viajan por el mundo ganando medallas y diplomas, supuestamente dejando orgulloso a su país, pero que sabemos no es verdad, porque en su tiempo yo los veía como lornasas. Fuí como ellos, solo que un poquito menos, viajaba dentro del país nomás, no muy lejitos. Entonces si no soy tonto, ¿Cómo diablos acabé así? Digamos que tengo una gran tendencia a dejarme llevar, pero disculpen me fui por las ramas.

El motivo de estos posts acerca de la cato que realizaré, es darles su lugar a aquellos momentos agradables que pasé allí, que no valoré en su momento y que espero no acabén siendo sólo recuerdos. Al fin y al cabo, la cato es la cato pes.


El salón con el que compartía horario era el H-119. Lo conformabamos todos los que habíamos aprobado los exámenes para cachimbos de física y redacción, pero jalado el de mate (era bueno en números, pero cinco meses de trago entre mi ingreso y el inicio de clases, me dejaron medio huevón) . Llegaron las cachimbadas, lujuriosa competencia en el que todos los horarios de recién ingresados púgnan por diez cajas de cerverza y una canasta borracha (ron, pisco, whisky, caña, vino, entre otros refrescos). Con ellas llegaron las primeras reuniones de la gente para ver como enfrentaríamos tamaño desafío.

La prueba constaba de tres partes: Los desafíos, la pichanga (para mí, no existen otros deportes) y la búsqueda del tesoro. Los desafíos eran una serie de retos en su mayoría tontos, tomarse una foto con manuel burga, pincharle la llanta al carro del rector, cosas así. Sólo unos pocos despertaban verdadero interés entre el lonsa, secar una chata de ron en una, vender condones en un micro y ponerse en la entrada a la universidad de lima en traje de burro. La verdad, no participé en ningun desafío, no me llamaban la atención, además tenía que entrenar para la pichanga, que en puntos equivalía a casi la tercera parte de la competencia.

Teníamos un equipaso, arriba el chino Paul, en el medio Alancito con Mario, el perro del equipo eran Jim, abajo se quedaba las torres Percy y Enzo, y en el arco estaba yo. Aún así perdimos el primer partido 8-1, no es por justificar nada pero todos estabamos resfriados, sobre todo yo que ese día me comí un par de goles estúpidos. Luego todo mejoró, pero perdimos el último partido, el definitivo, con gol de un emo. Fue para matarse, todos nos puteamos pero ya estaba hecho, menos mal pudimos ganar en básquet y las chicas ganaron en fútbol, así que a la prueba final llegabamos terceros entre todos los salones.

La búqueda del tesoro consistía en ir descifrando acertijos, que nos llevaban por toda la universidad buscando un contacto, al cual teníamos que decirle la respuesta correcta al acertijo planteado, y él nos daría el siguiente acertijo, que en total eran trece. Puede parecer divertido pero era todo menos eso, era una guerra, una lucha sucia en la que todo valía, porque ya de por sí, parecía una misión imposible. Los acertijos daban la impresión de estar escritos en escandinavo, nadie entendía nada, ni los más cráneos del lonsa podían contra ese papelito mas chiquito que una caja de fósforos. Una sola persona, de otro salón, pudo adivinarlo y comenzaron las coimas, algunos se disfrazaron de espías rusos, otros de urracos. Yo pertenecía a la brigada de búsqueda, los encargados de correr por toda la universidad buscando a los contactos, que encima estaban camuflados de profesores, personal de limpieza, alumnos de postgrado. No sé como pero llegó a nuestras manos la primera respuesta, la facultad de arquitectura. Corrimos y corrimos, me parece que llegamos en quinto lugar, yo ya estaba agotado, no sé en que momento, sabiendo de mi gran físico, acepté unirme a los chasquis del grupo. En fin ya estaba hecho, empezaba a anochecer y faltaban todavía doce pistas más.

El resto de la competencia duró como cuatro horas, a mí ya se me querían salir los pulmones. Casi me había peleado con un contacto, porque creía que nos estaba vacilando; habíamos usado la táctica de la seducción para conseguir respuestas; fuimos engañados y saboteados; también tuvimos múltiples caídas durante las carreras. Con todo eso, habíamos llegado a la última pista (con una trampita de mi amiga suny, que averiguó la respuesta a un acertijo al que todavía no habíamos llegado, ahorrándonos dos carreras), estabamos empatados con otros tres lonsas y todos lucíamos abatidos. Sólo quedabamos tres chicos del H-119 dispuestos a seguir corriendo por el premio. Sonó la alarma de acertijo resuelto y casi veinte personas salimos disparados por el último contacto, que nos daría un objeto, que tendríamos que llevar a la facultad para poder proclamarnos como los ganadores. Este se encontraba en el polideportivo, al otro lado de la universidad, era una latasa hasta allá.

Tomamos el tontódromo, el único camino que lleva directo al polideportivo. Estaba seguro que perderíamos si corríamos como en carrera de caballos. Recordé entonces esa antigua enseñanza de que no se puede ganar sin una estrategia, me la pegué de lider y les dije a Alan y Raúl que hicieramos postas. Alan, que era el de más resistencia a la hora de correr fue tras el pata con el objeto deseado, Raúl lo iba a esperar a medio camino y yo, que era el más cansado, pero a la vez el más loco, el mas obstinado, me ocuparía del tramo final. Esperé quince minutos y divisé a lo lejos, la silueta de la esperanza, con el objeto, algo así como un pequeño cofre, entre manos. Lo recibí y corrí como choro, como si me persiguieran los tombos o como si hubiera llegado serenazgo a levantarnos. A dos facultades de la meta, me di cuenta que tenía una multitud atrás mío y era porque en efecto, sólo había un cofre y si me lo quitaban, nadie se iba a dar cuenta de que me pertenecía, así que ganarían ellos. La única forma de evadirlos era saltar una valla de ramas a mediana altura, me disfrazé de atleta y con todo el valor del mundo, lo salté. Me raspé las piernas pero me había librado de la acometida, levanté la cabeza y de pronto choqué contra una pared humana. Un supuestamente cachimbo, que a mi entender tenía como treinta años en el oficio de robar casas. Me derrumbó, se disponía a quitarme el cofre, cuando por instinto lo pateé en la boca del estomágo, para liberarme y seguir. Llegué a la facultad, pero unas escaleras me alejaban del estrado que se había formado. Entonces aparecieron dos enemigos en frente mío, con caras de hacer lo imposible por quitarme la gloria que ya podía sentir. Sin embargo no me quedaban fuerzas para resistirme, había corrido tan rápido que sentía que ya nada me respondía, cerré los ojos por un segundo y al abrirlos pude ver como de la nada, dos amigos del lonsa, que supuestamente se habían ido a sus casas, por considerar imposible completar la hazaña, venían a salvarme. Uno saltó como fiera a ensartarle un golpe al enemigo, el otro lo cogió de los brazos para que me dejara pasar. Se resistieron, casi me atrapan, pero me deslize como saeta entre sus cuerpos para avanzar, sortear la escalera, llegar a la miniplaza y tirar el cofre, en señal de victoria.

Lo demás fueron cánticos, celebraciones, juerga. Estabamos excitados, habíamos triunfado, lo habíamos hecho en equipo, como si nos conocieramos de años, como si nos hubieramos ganado un pase al cielo. La emoción duró unos días más, tiempo prudencial para que se nos entregaran los resultados, reconociéndonos como los justos ganadores de las cachimbadas. Ya podía saborear el merecido trago entre mis labios, me hize ilusiones con llenar una tina con chela, bañarme en ella y celebrar con mis compañeros de guerra, como los triunfadores que eramos, como lo merecíamos.

Nos mecieron por meses, el premio nunca llegó, malditos hijos de perra. Ojalá a sus hijos, a sus nietos, les hagan lo mismo. Chupénselo todo si quieren, total nunca sentirán lo que sentí yo ese día, aquello que me invade cada vez que recuerdo esa hazaña.

Pdt. Me había olvidado de las pruebas de Mr. Cachimbo, Mrs. Cachimba y Mrs. Cachimbombo. Alan se disfrazo de Venus, fue un cague de risa.

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