lunes, 13 de septiembre de 2010

Nunca voy a olvidarte

Pocas cosas se mantienen intactas al paso del tiempo, las personas no formamos parte de ese grupo. No nos damos cuenta, nos gusta pensar que siempre estamos mejorando, limando asperezas de nuestra personalidad para ser mejores, cuando en realidad estamos siendo otra persona.

Yo era de llanto fácil, demasiado fácil. Si me proponía ponerme triste para escribir una carta de amor, esperaba a que mi mamá se durmiese para prender la radio a un volumen bajito en mi cuarto. Asociaba las canciones a recuerdos, cerraba los ojos y las lágrimas caían con la transparencia de alguien que las siente. En ese estado melancólico, cogía cualquier cuaderno y comenzaba a escribir en las últimas páginas, de atrás para adelante. No escribía ni de conflictos ni de odios, escribía de lo maravilloso que era estar enamorado a pesar de no ser correspondido.

Confiaba en todos y en todo, con frencuencia me decían que no debía confiar tanto en las personas y tan rápido; yo ponía mi mejor sonrisa, con los huequitos en los cachetes que cada vez se me notan menos, para decirles otra vez que no le cuenten mis cosas a nadie. Creo que por mi terquedad no lo hacían y eso alimentaba mi confianza. Sim embargo, en verdad no tenía porque no tenerla, yo no era malo y estaba convencido que no existía maldad en el mundo, sólo gente confundida a la que había que tenderles la mano.

No recuerdo cuando dejé de ser ese chico, cuando mis huequitos comenzaron a desaparecer. Echarle la culpa a momentos malos no serviría, de que los hubo, los hubo, pero debí ser más fuerte, debí escuchar más canciones y botar muchas más lágrimas para no ceder al paso del tiempo. Debí seguir creyendo en mí para no necesitar ser otras personas.

Cambié la melancolía por el reproche, la confianza por la sospecha. Hundí ese reproche en mi piel y me rehize de afuera hacia adentro. Cogí partes de todos lados, de sueños, de deseos, de admiraciones, de frustraciones, de imposibles y empujé con todas mis fuerzas, para que quedarán dentro de mi epidermis. Lógicamente hubo consecuencias, pasé por un periódo de timidez y por otro de tartamudeos sísmicos. Quiero creer que en la mezcla, no me olvidé de incluir algunas cosas mías, que me aten a la realidad, que me recuerden quien soy. Si fué así estos arranques de nostalgia, como el de hoy, son los salvavidas que planté, si me equivoco y no guardé pan para mayo, esto es locura.

Hoy me reencontré con las baladas de mi niñez, con Christian Castro y con Alejandro Sanz, autores de los dos únicos discos que habré escuchado más de mil veces. Me costó meterme en la música, no arrojé lágrimas pero hubieran instantes, con suerte segundos, en que volví a sentir que mi pecho no inhalaba el suficiente aire, que me ahogaba de amor. Y pude sentir allí, que la confianza y el amor que desbordaba de pequeño estaban relacionados. Ese vacío que se forma en el pecho no es otra cosa que la tensión que produce el confiar en el amor que llegará, que está llegando, a mostrarnos lo que nunca debímos dejar de ser. En mi caso, a abrirme de nuevo esos huequitos en los cachetes.

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