martes, 21 de septiembre de 2010

Lito y los cogoteros de la perú

La noche es fría, el viento corre fuerte, traspasa su chompa y lucha por hacer lo mismo con su piel. Lito se resiste, enciende un pucho para ganar calor aún sabiendo que cuando se acabe, el frío aumentará. Ve danzar el humo entre las corrientes de aire, eso le gusta, intenta hacer figuras torciendo la boca y la lengua, pero falla. Se pone la capucha para evitar ser víctima de los cogoteros de la perú, sin darse cuenta ya no puede girar la cabeza, y ya no puede ver si su flaca salió por la ventana a ver por donde se iba su enamorado.

No importa, confía en que siempre lo hace. Los cogoteros de la perú son todo un peligro, se acercan en grupo de cuatro o cinco, te levantan y te dejan más calato que vedette. El celular vibra, pero sacarlo sería como mostrarle carne a las hienas, así que Lito trata de ocultar su curiosidad por una llamada a la medianoche. En el micro se da cuenta que se trataba de sus patas mentiéndole presión para que deje a su flaca y vaya rápido al tono. Aunque ya está llendo, un remordimiento le invade el pecho. No sabe porque le miente a su gatita, si por costumbre o por el miedo a que saque las garras, que no se ha cortado en tres meses y que de seguro, intimidarían hasta a los avesados cogoteros.

El tono está en algo, la gente lo recontraputea por llegar tarde pero en unos minutos se les pasa. La casa es de Ray, quizás el más carismático de la promoción. Las paredes alternan condones inflados y figuras del pato donald, que quedaron del bautizo de la prima del local. Algunas luces se encuentran regadas por el techo, la mitad no funciona y amenaza con caerse y romper cabezas, pero nadie se da cuenta. En el cuarto de al lado se encuentra la cocina, debidamente vaceada y vuelta a llenar con cerveza, que piden directamente a la empresa para pagar menos. Entre ella y la sala disfrazada de pista de baile, debajo de la escalera, se ha armado una cabina para el Dj.

Después de estrechar manos y rozar mejillas, con la esperanza de robarle un beso a las más picadas, Lito se sienta en una caja de cervezas y observa el panorama. Hay un primer grupo de chicas medianamente bonitas, en su mayoría despechadas y hablando muy fuerte, para que los chicos las miren. Cerca de la puerta, tres de las chicas más bonitas de la promoción se toman fotos contorneando sus cuerpos hasta encontrar la posición que más resalte sus atributos. Cuatro amigas más, toman con desesperación, quieren emborracharse rápido y activar el tono, total esa es su misión o lo que la gente les ha hecho creer. Las demás y más normales tratan de bailar entre los vasos y botellas salpicados por el piso, desafiando los mísmisimos pasos de el gran chongo.

La casa de Ray tiene cuatro pisos ocupados por las distintas ramas de su familia. Lito se pregunta constantemente como hace su pata para armar esos bacanales en el primer piso y que nadie se despierte. En las últimas reus, cree haber encontrado la respuesta. La chela que de milagro nunca se acaba y que Ray saca para todos a menor precio porque dice que es de fábrica, en realidad la embotellan en su casa y la fábrica son en verdad su familia, que vieron en la venta al por mayor de cerveza, la forma de subsistir. Pero igual no se queja, la casa de su amigo ofrece algunas comodidades, difíciles de encontrar en otro lado.

En el último piso, se encuentra la llamada suite. Un sólo cuarto con tres camas, alineadas como en cuartel militar y con resortes altamente eficientes. De lunes a viernes allí duermen Ray y sus hermanos y hermanas; pero cuando hay fiestas ellos prefieren irse a dormir a la casa de su viejo, por la bulla. La suite espera a los sobrevivientes de la noche, los que soporten el ritual de mandar a dormir a casi toda la promoción para que su existencia siga siendo un secreto. La suite abre sus puertas a las parejas que no pueden acariciarse en el baño, porque tiene la chapa rota.

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