jueves, 7 de abril de 2011

Desconocidos

Quisiera tener una mujer sencilla. Que se levante conmigo muy tarde, casi al mediodía, con la que nos quedemos tendidos en la cama mucho tiempo y que sólo pueda sacarnos de allí el hambre. Quisiera que cocine muy bien y que decida el menú de todos los días. Pero que se compadezca de mí y haga caso a mis pedidos un par de veces por semana. Que haga la lista de cosas para el mercado y yo vaya a cazar los ingredientes mientras ella limpia un poco la casa. Una vez en el mercado me encantaría comer un ceviche y tomar una chica bien helada, ambos por gula.

Me gustaría llegar a la casa y que cocinemos juntos, yo siempre a sus órdenes. Que comamos también juntos y que le haga gracia mi desordenada manera de comer. Sería ideal que respetara mi siesta después del almuerzo en el sillón y con el periódico tapándome la cabeza. Me agradaría que me despierte a besos una hora después, y en un descuido, se dejara dar unas nalgadas para que recuerde que es mi mujer. Sería interesante hacer el amor ahí mismo, rápido, seco, con gritos: mas que un mañanero, un atardecedero. Después me gustaría pasar tiempo en la computadora, escribiendo, leyendo, conversando, jugando, olvidándome de ella. La recordaría más tarde y siempre seguiría allí, como hacen los amigos.

Anochecería y antes de irme a buscar la noticia fresca, recién salidita, ella me entregaría mi ropa ya planchada e impregnada de sus deliciosos olores. Me gustaría despedirla con una sucesión de besos que parecerían no tener ninguna regla de formación, pero si la tendrían, el amor: un beso, pausa, dos besos, risas, tres besos, pausa, cinco besos, cosquillas, uno rápido, pausa, dos más y esta vez si, adiós amor, volveré tarde. Encontraría la noticia, escribiría en el camino y terminaría en un bar haciendo bohemia con otros periodistas. Fumaría mucho y le haría prender mis cigarros a la mesera tetona. Al encenderme el pucho yo miraría sus pechos, como un niño que mira entre las piernas y el vestido de las demás niñas del salón cuando se sientan. La seduciría toda la noche y haría gala de mi falso conocimiento en ese arte frente a mis colegas. Pero mi mujer me llamaría y yo volvería corriendo a la casa, con una bajada maldita.

Y ella me preguntaría mil cosas. Que por qué he estado tomando hasta esas horas, que con quienes y yo con mis amigos amor, que seguro con esa y yo no amor, que segurito con aquella y yo me reiría: no mi amor. Más que una requintada sería como llamarle la atención a un borrachito que te ha lanzado un piropo inofensivo. Luego de pasar tarjeta ella me calentaría la comida y yo sólo comería la sopa. Le diría que es para poder dormir bien aunque en realidad sería por darle la contra, que es lo mismo que hacerlo por amor.

Yo no le preguntaría qué ha hecho, ni con quienes lo ha hecho, ni en dónde lo ha hecho. El amor es perdonar y yo te perdono de antemano, mejor evitemos las molestias y si algún día nos somos infieles, callemos. Porque decidir engañar y callar, como decidir ser fiel y decir la verdad, es sólo otra forma de hacer un pacto. Me levantaría muy temprano para llevarle el desayuno a la cama. Ella lo sabría porque es muy suspicaz pero se haría la desentendida para no arruinarme la sorpresa. Y yo encantado de que me engañe de esa manera. Nos amistaríamos y no haríamos el amor, tiraríamos. Duro, largo, sin respeto, como dos desconocidos.

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