viernes, 5 de noviembre de 2010

Colección


Siempre creí que estaríamos juntos para siempre. Es la verdad, aunque me cueste admitirlo. Aún cuando el mundo nos dijo lo contrario y nos empujó a ser felices en otros brazos, lo seguí creyendo. Aún cuando descubrimos que el amor puede cambiar de rostro y que habían personas infinitamente mejores a nosostros, y que encima nos querían, lo seguí creyendo. Y aún cuando entendí que nunca volveríamos a ser lo que alguna vez fuimos, mi fe se mantuvo intacta.

No es porque seas perfecta para mí ni es porque así estaba escrito en el destino. Es por la simple y tonta razón que supone un capricho. Eres mi capricho, por eso nunca renunciaré a ti. Lo fuiste cuando te sacaba de tu casa a escondidas y lo eres ahora que huímos del mundo para estar juntos, todavía a escondidas.

No te sientas mal. Un capricho lleva ingredientes distintos al amor. Lleva cariño y comprensión, sacados de los mejores amigos. Lleva también antojo, el del dulce que se nos provoca a cierta hora del día. Pasión, aquella -la más fuerte- que no toma en cuenta los rituales de los enamorados. Risas, como niños cometiendo una travesura. Locura, ¿Alguna vez te imaginaste a dos locos enamorados?

Este es nuestro futuro, capricho mío. Estar juntos y a la vez no estarlo. Porque el mundo se interpuso en nuestro camino y no supimos como esquivarlo. Pero aún así nos reencontramos, dañados, jodidos, contaminados y adoloridos. Y la única forma de seguir viviendo con estas cicatrices en el cuerpo, es coleccionándolas, aunque duelan mucho.

Pdt. De nuevo me siento completo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario