domingo, 3 de octubre de 2010

Lito y dos gatitas

El carisma encuentra sus límites en el camino a la galantería. Lito aprendió eso de Ray y el Duro. Si bien Ray era el más carismático de la promoción, no ganaba ni con la mitad de las chicas que lo hacía el Duro. Al principio pensó que simplemente se trataba de lo bien que te veías y vestías. Pero después de dos años dentro del grupo, empezó a entender otras cosas. Hay un status que cuidar, hay una imagen que formar y todo eso tiene que ser muy distinto de lo que en verdad eres. El Duro era chongero con sus patas y un caballero con las flacas. Sabía cuando desempeñar cada papel a diferencia de Ray, que no podía marcar ese límite.

Teniendo en cuenta esas variables, Lito comienza su travesía. Saca a bailar a una chica del grupo de las normales, las típicas compañeras de colegio que piden permiso hasta las tres o cuatro y que se van juntas a sus casas. Coquetean en la pista de baile unas tres canciones y Lito se sienta con ella. Entre brindis y salsas pegaditas, entre bromas y cortejos, se gana al grupo. Invita cigarros para quedar bien con los patas, saca más trago de la cocina -le quita la chela a los borrachos- para quedar bien con las flacas.

El efecto de la hierba y la concurrencia a la pista de baile comienzan a decaer. Perfecta coincidencia. Lito ya no necesita del carisma que el cannabis le brinda pues el alcohol ya hace estragos en la gente que comienza a abrazarse, reírse de todo, encerrarse en los baños. La ausencia de parejas bailando indica que el ritual ya terminó y es hora de hacerla con alguien. Algunos, como Míchel, prefieren pegarse toda la noche con la misma flaca, esperando ganar por cansancio. Pero esta no parece su noche. La chica a la que arribó, apenas le da piquitos y eso que le ha dado tanto trago que empieza a quedarse dormida.

El Oso, mañoso por excelencia, de tanto nalgear por aquí y por allá, se encuentra arrinconado por la chata Rosa y por una gorda que no recuerda en que momento tocó. Se maldice por dentro a la vez que intenta dejar de abrazarlas sin que se den cuenta. Tiene dos opciones, o se come el asco de su vida en la suite o prefiere optar por lo sano y quedarse chupando tranquilo. Aún no se decide. El Duro como siempre ya está en la escalera, con una flaca de ocho puntos en las piernas, esperando la orden para subir. Arrecha a la gente, sobretodo a las chicas que aún siguen pensando que llegarán a casa esa noche. Ray se encuentra pegado conversando en la puerta. Es tan bueno en eso que a la chica parecen interesarle sus palabras, lo que para él es una maldición. No encuentra ningún flanco para atacar.

Lito le apuesta al Duro y a la valentía del Oso. Decide empezar a chambear de verdad y se sienta de nuevo en su caja de chelas, para observar el panorama. Diez minutos más y no puede dejar de mirar a la primera chica de ese grupo con la que bailó. Le recuerda a su gatita, chiquita y agresiva pero sedada por el trago. Quiere avanzarle una vez, dos veces, el recuerdo de su minina le jode. Mira al Duro en la escalera y se imagina en su lugar con Pame, así se llama la que piensa, será su tigresa. Se para, se acerca hasta ella y le dice al oído que lo acompañe a comprar cigarros. Ella asiente rápido, como esperándolo.

La lleva de la mano hacia la puerta y en el camino ve al Oso tirado en un sillón, chapando con la chata Rosa y tocándole el culo a la gorda. Se hornean en marihuana. Pame se ríe y Lito la abraza para que no note su dengue. Caminan media cuadra y la tienda yace allí, aunque cerrada. Lito le propone ir a otra, pero ella le dice que está cansada y que quiere parar un rato. La vereda está sucia por lo que Lito se apoya en una pared, esperando a que Pame descanse donde quiera. Ella se rié y se deja caer sobre él, de espaldas. Lito sonríe para sí mismo y presiente que no extrañará a su gatita esta noche.

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