viernes, 18 de marzo de 2011

Caminos: Introducción

El piso daba pruebas de una fiesta inolvidable. Se habían formado charcos de cerveza en dos rincones de la sala. La al principio elegante decoración se había transformado en un ambiente de pollada. Escupitajos, botellas rotas, cajas de cigarros, colillas, sacos olvidados, corbatas arrancadas, silbatos y serpetina así como gorritos y narices de la hora loca se esparcían por todo el lugar, dejándolo lo más parecido posible a un campo de batalla.

Los restos de la reunión sólo eran comparables con el silencio que a estas horas ya se había apoderado del lugar. Apenas quedaban cuatro personas sentadas en fila al costado de la puerta. Yacían silenciosas, inertes. Dos fumaban pensativos, uno intentaba sonreír para que el buen humor le ayudara a entender lo que acababa de pasar y el último se estaba quedando dormido. De pronto este se para como sacudido por el diablo, va al baño, se lava la cara, orina y regresa totalmente despierto. Arenga a los demás mientras les dice consultando su celular que en unos minutos amanecerá. Y que sería buena idea presenciar ese espectáculo desde afuera. Nadie se hace problema, los tres se levantan y caminan con algo de flojera hacia la puerta.

En la escalera que está inmediatamente después del umbral de la puerta se encuentra abrazada una pareja. La chica ordena que cierren la puerta al salir y ellos le hacen caso pues es la dueña de la casa, la quinceañera. Lleva un vestido blanco todavía impecable y el maquillaje algo corrido por debajo de los ojos. Aún así tiene buena pinta. Parece feliz estando acurrucada en la escalera por ese tipo. Tanto que sus palabras ya no llevan veneno, su mirada parece ya no esconder secretos y su piel se ve al fin tranquila, devolviéndole ese aire de niña que hace tiempo había perdido.

Los cuatro chicos salen de la casa y se acomodan en la entrada. Esta tiene cinco escalones y dos pequeños muros a los costados. Se acomodan en el primer escalón y en los muritos del costado. Uno saca cigarros y fósforos. Prende su fallo e invita a los demás. Dos aceptan. El otro se excusa diciendo que el cigarro le va a subir la locura y que luego no podrá dormir. Además quiere respirar un poco de buen aire y no como el de la casa, que a estas alturas parece incendiada. Se para con el fin de desintoxicarse con una bocanada de oxígeno. Sin darse cuenta ha quedado suspendido en el aire.

Pasan unos segundos que le parecen interminables. Mira el barrio y lo imagina poblado de chibolos, como hace varios años. Todos ensuciándose las ropas al hacer contacto con el suelo, cavando hoyos a propósito para jugar canicas y también sin proponérselo al hacer girar los trompos. En cambio ahora eso sería imposible, eran libertades que les fueron arrebatadas cuando llegó el nuevo alcalde con su maldita pista, piensa. Se sienta y se da cuenta de que todos lo están mirando. Son miradas compasivas y cansadas, como si estuvieran leyendo su mente, como entendiéndolo.

Se relajan y pierden las miradas en lo que fué su hogar. Hoy tan grande y vistoso, con el triple de personas en sus casas. Todos tan educados, tan distinguidos, tanto que nunca dejan de saludarse si se ven al cruzar la calle. Ya no hay batallas campales ni polladas los fines de semana, ni hay griteríos en las tardes ni mucho menos tienditas aparcadas en los garajes de algunas casas. No hay nada y la gente no se da cuenta. No se da cuenta de que se puede estar conectado con todos, hablando cada media hora por teléfono, tener tu familia en la habitación de al lado, pero en realidad estar más solo que un hongo. Sin proponérselo, el pensamiento de los cuatro ha coincidido.

Pdt1. Estoy trabajando en esta historia. Si tengo suerte y todo sale bien la presentaré a finales de Agosto en un concurso de novela corta.
Pdt2. Salí de la católica e ingresé a la San Marcos. Estoy peladito de nuevo.